El auto de al lado

Querida gente, describiré un desaguisado de marca mayor y eso es una mala nueva. La buena nueva, siempre anhelada, es que con poco más que sentido común puede ser resuelto.

Trataré de resumirlo. 

Desde hace mucho tiempo, no sé cuanto pero mucho, como el sistema de justicia para algunas de las acciones que debe realizar NO concurre a las cárceles, el sistema de cárceles tiene que llevar a las personas privadas de libertad a los juzgados. 

Esto provoca que el sistema de cárceles monte un dispositivo caro, inseguro, riesgoso, desgastante para todas las partes implicadas y sobre todo innecesario, para trasladar a las personas privadas de libertad a los juzgados cuando la justicia lo requiere, ya sea para declarar en una causa, notificarse de alguna decisión u otras razones.

Caro, porque, como comprenderá fácilmente, para trasladar gente en todo el país, todas las semanas, todo el año, usted precisa camionetas, que precisan combustible, mantenimiento, que chocan, que pinchan, en fin, siga y sume. 

Además, precisa gente que custodie a las personas trasladadas. Más traslados, más gente precisa. Gente que, hay que decirlo, deja de realizar sus tareas específicamente penitenciarias para realizar esta que le cayó del cielo.

Precisa además todo el equipamiento de seguridad individual: esposas, grilletes, llaves, otros.

Inseguro, porque en el tránsito, ni que decírselo tengo, ocurren cosas. Piense usted: un choque de una camioneta de cárceles con presos de diferente grado de peligrosidad dentro. O una rotura, o un conductor que se duerme u otros episodios más gravosos aún. Sepa, además, que todo esto no es fantasía: ha ocurrido.

Riesgoso. Además, como si no fuera suficiente lo señalado en el párrafo anterior, ¿a que no sabe cuál es la fantasía de todo preso desde tiempos inmemoriales? Acertó: ¡¡fugarse!! Haga este ejercicio conmigo: piense en uno de esos nombres o apodos de personas vinculadas al mundo del delito que asociamos con episodios terribles. ¿Pensó? Bueno, cuando usted vaya o vuelva del trabajo en su auto, en el ómnibus o lo que fuere, cuando salga a pasear o a hacer mandados, solo o acompañado, sepa que a su lado circulan todos los días camionetas de cárceles así aspectadas.

Hay otros factores de riesgo asociados al dispositivo; solo señalaré uno que le ha dado dolores de cabeza al sistema de cárceles y le ha valido incluso alguna reprimenda por parte del anterior comisionado parlamentario, el Dr. Alvaro Garcé. Como usted imaginará, no todos las personas trasladadas son atendidas al mismo tiempo en los juzgados,[1] entonces el sistema de cárceles dispone en la Ciudad Vieja, pegado a la Subdirección Nacional Administrativa del INR, de un celdario para alojar transitoriamente a los privados de libertad hasta tanto son conducidos al juzgado. Ni que decirle tengo que ese celdario representa todo un lío para las autoridades, porque junta tirios y troyanos que no son fáciles precisamente, en un lugar que no fue pensado para tal fin. A seis cuadras y once pisos del despacho del presidente de la República. 

Desgastante para todas las partes implicadas. En el caso de los funcionarios, además de la tensión inherente a la tarea descrita, se le suman las propias de su condición de penitenciario. Esto es: el sistema de cárceles tiene sus propios traslados, por razones vinculadas a su funcionamiento. Y tal sistema de traslados es lo suficientemente exigente como para que le sumen otro. ¿No querés sopa? Dos platos. 

Para las personas trasladadas, porque las condiciones de traslado son extremadamente incómodas, por decirlo de modo elegante. Piénsese usted viajando de Rivera a Montevideo ida y vuelta, esposado, engrilletado, con cuarenta grados de calor, sin aire acondicionado, sin poder ir al baño, sin comer ni beber. He visto en mi casa, en mi barrio, en mi laburo, espasmos emocionales graves porque se cayó el wifi, de modo que confío en que como comunidad tenemos la sensibilidad lo suficientemente fina como para empatizar con la incomodidad detallada, aunque de presos trate el asunto.

Y para las autoridades carcelarias, ni le cuento. Administrar este desaguisado, como si no tuviera otros problemillas que atender y sabiendo además que si en el camino alguna cosa no deseable ocurre, todas las iras, los reproches, descansarán sobre sus resignados hombros. El peor negocio del mundo.

Para terminar, innecesario. No acierto a comprender, de verdad no acierto a comprender, qué cosa que precise el sistema de justicia, en pleno siglo xxi, con un desarrollo tecnológico de mi flor, en un país como el nuestro divinamente conectado, en la más amplia acepción de la palabra, no pueda ser resuelta con una videoconferencia, con firmas digitales, con lo que fuere, de suerte tal de modificar este desaguisado. Quizás alguien me ilustre y me comprometo en una nueva entrada de este modesto blog a explicar lo que se me explique y pedir las disculpas del caso si fuera menester.

De momento, la única razón que encuentro para explicar este desaguisado es nuestra ineficiencia inercial. No hay anomalía, malestar, beneficio prometido, que pueda con ella de momento. Veremos.

Jaime Saavedra



[1]         En ocasiones, aunque usted no lo crea, se hace el traslado desde muy lejos en las condiciones descritas, por diferentes razones la persona privada de libertad no puede ser atendida en el juzgado y debe entonces volver a su unidad penitenciaria. Lo que se dice, un viaje (infernal) al santo botón.


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