La zona franca del pobrerío: más allá de la obligatoriedad del trabajo penitenciario

Una feliz iniciativa, virtuosamente fundacional, de la senadora Carmen Sanguinetti del sector Ciudadanos del Partido Colorado, lleva mañana al Palacio Legislativo la discusión de un marco normativo que estimule fiscalmente a las empresas que apuesten por darles trabajo a las personas liberadas del sistema penitenciario. 

En la medida de mis posibilidades he insistido mucho en estos últimos cuatro años sobre la importancia que tiene para nosotros como comunidad discutir este tema y otros conexos. Así que, muy feliz y esperanzado, comparto algunas reflexiones y aporto información aguardando que resulte de utilidad.

Los sentidos del trabajo en las unidades penitenciarias

Es intuitivamente entendible para cualquiera que nuestra vida debe tener un sentido. En el mundo adulto, para resumirlo y a sabiendas de que puede incorporarse alguna otra dimensión, y que la ponderación de cada una de ellas varía de persona a persona y de comunidad a comunidad, ese sentido se organiza en torno al trabajo, a la familia y los afectos, al entretenimiento, a la espiritualidad en sus múltiples formas, a los hobbies, a ideologías más o menos explicitas, entre otras. Pero el trabajo, en nuestra cultura, es un proveedor de sentido principalísimo.

Si esto es así, tenemos aquí el primero de los sentidos. En la privación de libertad del mundo adulto el trabajo ayuda a que la vida en prisión tenga un sentido y una actividad central que permita organizar la vida cotidiana. No hay nada más frustrante, desestructurante y doloroso que levantarse un día sí y otro también y no tener nada que hacer. No quiero alejarme del tema, pero no puedo dejar de advertir al paciente lector sobre los riesgos infinitos que supone en privación de libertad que la vida cotidiana no esté razonablemente organizada, pero trataré este tema en otro momento. Para ir haciendo boca solo piense en los dolores de cabeza que le da un hijo o hija adolescente todo el día al santo botón. ¿Pensó? Bueno, multiplíquelo por 12.000 personas de entre 18 y 34 años.

Sigamos. La cárcel es una gigantesca bolsa de angustias. Angustia además muchas veces asociada al miedo, al dolor, a la incertidumbre y a la desesperanza. En ese contexto entonces, encontrar una actividad que permita sublimar ese combo complejo es como un oasis en el desierto.

Sigamos. El trabajo es, claro que sí, promesa de retribución a fin de mes, y esto es bien importante, lo sabemos. Pero permítame que le cuente que en la privación de libertad, por el perfil de las personas jóvenes que la sufren, hay cosas del trabajo casi tan importantes como el salario, que nunca va a ser mucho, si es que lo hay. A saber: hacer amigos, capacitarse, aprender que las cosas tienen un tiempo y un modo, pelearse con los compañeros, con el jefe, frustrarse, enojarse porque no lo reconocen, envidiar la suerte ajena, incorporar la noción de calidad y eficiencia, enamorarse, llegar en hora o dormirse sabiendo que hay otra gente que lo espera. Esto es, aunque no lo parezca, aprender a vivir en democracia, en comunidad. ¡Uffffff! ¿Qué de esto no le ha pasado? A mí, todo.

Finalmente, tener un trabajo es certeza de que en algún momento la jornada termina. Y, como todos, llega a otro lugar y se encuentra en otro momento, y se toma un mate y está cansado y se baña, y el color del día de hoy pinta de un modo más generoso la jornada de mañana, aunque esté en una celda. 

El trabajo de calidad en las unidades está directamente vinculado a la calidad de la vida en comunidad, aunque pueda ser difícil advertirlo en la vida cotidiana.

Qué tipos de trabajo hay en las unidades penitenciarias

Pero ¿qué ocurre hoy? Como estoy convencido de que nadie sabe y que es extraordinariamente importante que sepan, me propongo aburrirlos.

1. Una primera modalidad de trabajo penitenciario es el denominado peculio. El peculio es, aproximadamente, medio salario mínimo nacional que se les paga a algunas personas privadas de libertad seleccionadas por la administración para hacer trabajos de cocina, limpieza, mantenimiento y reparaciones de diferente porte, en las unidades penitenciarias. El universo de quienes acceden a este dispositivo es de unas 1000 personas. Un tercio del monto lo recibe la familia y dos terceras partes se reservan en una caja de ahorro para cuando sea liberada. Por favor retenga este número: 1000 personas trabajan por este programa, que data de 1974. 

2. En unas cuantas unidades existen emprendimientos personales de distinta significación y en general informales: bloques, artesanías, algunos servicios, otros. Supongamos, poniéndonos muy generosos pero muy generosos, que en esta modalidad en todas las unidades del territorio nacional se suman 1000 personas más. Retenga y sume ahora: en el colmo de la generosidad se cuentan 2000 personas.

3. Por último: existen en las unidades algunas empresas privadas y algunos convenios con otras empresas para que puedan trabajar fuera de las unidades. También son realidades diversas, pero las hay. Nuevamente nos ponemos generosos y sumamos 150 personas más.

Bien, llegamos a 2150 sobre un total de… 12.000 personas en prisión al día de hoy y con promesa de aumento.

¡Faltan 10.000 puestos de trabajo! ¡Y además hay 7000 personas liberadas por año! ¿Qué hacemos?

Imaginemos que no hay pandemia, que no hay crisis, que hay pleno empleo y que entonces el Estado puede dar 1000 peculios más. Imaginemos que el espíritu emprendedor inflama las unidades y que aparecen 500 emprendimientos nuevos. 

Lamento decirle que —aun cuando sabemos que NO va a suceder— estarían faltando 8.500 puestos de trabajo, más las 7.000 personas liberadas por año, se necesitarían 15.500 puestos de trabajo. ¿Qué tal el desafío?

De modo que no hay otra alternativa que apostar al sector privado, donde estoy seguro que vamos a encontrar una formidable respuesta de compatriotas sensibles, que quieren como usted y yo construir una sociedad más amorosa que la que tenemos y saben de memoria que poner las manos en esta masa es absolutamente impostergable.

Luego de este tortuoso periplo llego a la feliz iniciativa de la senadora, con quien tuve el gusto de conversar no hace mucho.

Reiteraré algunas ideas que he venido expresando desde hace varios años, fracasando con total éxito:

a. Así como se ha creado una normativa exitosa y que se ha ido perfeccionando, según tengo entendido, que promueve beneficios fiscales para las empresas nacionales y extranjeras que invierten en el país, debe pensarse un paquete fiscal potente que favorezca a aquellas empresas nacionales y extranjeras que desarrollen sus negocios parcial o totalmente en las unidades penitenciarias y que contraten personas liberadas. 

b. Debe crearse un organismo interinstitucional —integrado por Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, INR, DINALI, Comisionado Parlamentario, Cámaras Empresariales, PIT-CNT y otros actores— que salga decididamente a buscar interesados en sumarse a esta iniciativa, si es que las autoridades nacionales con jurisdicción en el tema quieren hacer uso y desarrollar la normativa.

c. Ofrecer beneficios también a aquellas intendencias que ofrezcan pasantías laborales a personas privadas de libertad o liberadas oriundas de sus departamentos, para potenciar un mecanismo que reconoce ya experiencias extraordinariamente exitosas.

d. Modificar el sistema de peculios en dos sentidos. Primero, que los participantes del programa estén en caja como cualquier trabajador, afectando a tal fin un porcentaje de las dos terceras partes que se guardan para la salida. No puede ser que el Estado pague en negro hace 45 años. Hay personas que trabajan durante cinco años o más y cuando salen es como si nada hubiera ocurrido. Esto es pegarse un tiro en el pie y reproducir el problema cuando la persona sale. Segundo, estudiar una modificación legal que permita usar al menos un porcentaje de lo que se denomina indisponible, es decir del dinero reservado por el Estado para cuando la persona sale (las dos terceras partes de lo que ganó), a los efectos de crear posibilidades laborales para las personas liberadas o privadas de libertad, financiar cursos, programas de microfinanzas para emprendedores, programas de viviendas, otros. Un mecanismo similar al de las AFAP: mientras no se usa el dinero, se invierte para producir.

e. Por último, y sin miedo a ser reiterativo: fortalecer la DINALI. Los buenos sueños, para ser sueños en acción, precisan de músculos, sensibilidad, inteligencia y amor a la causa. En Uruguay, todo eso, hace mucho, se llama DINALI.

A la senadora Carmen Sanguinetti, a su equipo, toda la suerte del mundo y mis más sinceras felicitaciones. Al introducir este tema en el Palacio ¡ya nos hizo mejores! 

Jaime Saavedra



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