El amor después del horror: mi buen Hugo, el conductor designado

Modesto homenaje a Hugo Novo

A Hugo le asesinaron a su hijo Alejandro en una rapiña. Alejandro tenía treinta años, una hija chica y en ese caluroso día de enero estaba laburando, repartiendo pollos.

Los huesos, el corazón, la tierra, el universo todo estalla de repente. Al misterio y el dolor, compañeros inseparables de la muerte, se le adosan en el alma, el odio, la impotencia, cuanto sentimiento jodido anda en la vuelta porque no hay Cristo que pueda explicar semejante barbaridad.

La agresión brutal, inesperada, sin justificación alguna inyecta un cóctel de uranio emocional absolutamente humano pero potencialmente devastador: nos puede matar hundiéndonos en el agujero negro de la depresión o transformándonos en una incontenible máquina destructiva.

Pero a mi buen Hugo, mi dulce Hugo, mi valiente Hugo, mi paciente Hugo, la Vida Loca con infinitas buenas razones, no quiso perderlo y le dio una tarea.

Tarea humilde, de bajo perfil, muy sacrificada pero ignota, que contribuye al milagro pero a la que nadie asocia al milagro cuando este ocurre. En fin, estar, hacer mucho y muy bien siempre, no aparecer, ni pedir crédito alguno. Digamos, todos bienes casi que en extinción en este mundo hackeado por los egos.

La Vida Loca le ordenó a Hugo: “Vas a ser mi chofer. Además de laburar 14 horas todos los días, me vas a choferear a mí. Haga frío o calor, de mañana o en la noche, en el Cerro o en el Centro. Y me vas a esperar tanto como yo te indique que tenés que esperarme”.

Bueno, dijo Hugo. Y arrancó.

Un buen día la Vida Loca entendió que era necesario comenzar a juntar a las familias que pasaron por el horror de la violencia asesina. Que no naufragaran desoladas en el océano infinito del dolor. Que se abrazaran, que chillaran, que propusieran, que lloraran juntas. Y así empezaron los viajes: todo Montevideo de punta a punta, todos los días, uno tras otro. La Vida Loca se bajaba, entraba a las casas, explicaba, escuchaba, definía nuevas acciones. Y el buen Hugo esperaba afuera, escuchando en la radio a su querido Nacional, leyendo, trabajando por teléfono porque había que seguir morfando, durmiendo por cansancio, siempre acompañado de su adorado, entrañable y extrañado Alejandro.

Otro día la Vida Loca entendió que era importante visitar las cárceles para tratar de entender porqué pasan estos sinsentidos y contar su amargo dolor. Ocurre que en el corazón de la Vida Loca está el sueño eterno, desesperado, de que nunca más nadie tenga que vivir lo que ellos vivieron. Ni nada que se le asemeje tampoco.

Bueno, vamos, dijo el santo de Hugo. Y arrancó. De Punta de Rieles al COMCAR, de la cárcel Canelones a la cárcel de mujeres, de la cárcel de Rivera a la de Salto y así. Y allí solito, en su camionetita de reparto de pollos, esperaba tanto como tuviera que esperar que la Vida Loca hiciera lo que tuviera que hacer.

El curioso periplo, la magnitud del drama que lo motivó y la nobleza de la causa, llamó la atención de la prensa. La Vida Loca entendió que era importante visitar tantas radios, teles y diarios como fuese posible para dar a conocer que hacían, que buscaban.

Y allá arrancó don Hugo: de canal 10 a canal 4, del 5 al 12, de la Diaria al Observador, del País a la República, del Espectador a Del Sol, y así hasta el infinito. La Vida Loca era entrevistada y Hugo esperaba.

A la Vida Loca sus andanzas, parece mentira pero no los es, la convirtieron primero en Senadora suplente y luego en Diputada titular.

Así que seguro podrán ver, en las inmediaciones del Palacio Legislativo, a mi dulce Hugo con su modesta camionetita de reparto de pollos, esperando manso que la Vida Loca termine su jornada.

Nadie sabe que Hugo está. Salvo la Vida Loca, que hace todo lo que hace, hizo todo lo que hizo y hará todo lo que hará porque llueve o truene, el Gran Hugo la estará esperando para seguir viajando y homenajear juntos del modo más honroso, virtuoso y amoroso imaginable a su hijo Alejandro, con su hijita chica, fanático de los Redondos y de Luca Prodan, sonrisa dulce, siempre compañero, tan injustamente arrebatado como intensamente añorado.

Jaime Saavedra, noviembre de 2024.

 

PD: Hugo proviene del término germánico hug, que significa “hombre inteligente, perspicaz o brillante”.

 

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