Policía y seguridad penitenciaria (1)
Hace mucho, no sé
cuánto, que todos o casi todos asociamos el orden y la seguridad a la presencia
policial. Sin meterme en honduras muy sofisticadas, cuya importancia advierto, y
a los solos efectos de presentar esta reflexión, defino el estado de orden y
seguridad como aquel estado en donde las cosas transcurren como está previsto
que transcurran y en el cual todas la personas que en él viven puedan estar
tranquilas, sin tensiones injustificadas, sin miedo a ser agredidas o violentadas
en ninguna dimensión. En nuestro imaginario, que tal estado sea posible
requiere de la presencia policial de modos muy diversos.
El sistema de cárceles
no es ajeno a esta creencia ampliamente compartida. Psicológica, intelectual y
emocionalmente quienes trabajan en el sistema, y el ciudadano común también,
suscriben, casi sin pestañear, que es la policía la que garantiza el orden y la
seguridad en los establecimientos penitenciarios.
Pero, querida gente,
conviene que veamos este asunto con un poquito más de cuidado. Quizás, o sin
quizás, un estado de cosas razonablemente armonioso en las unidades
penitenciarias tenga que ver con otras cuestiones, algunas infinitamente
simples, y la presencia policial sea un factor de cuarto o quinto orden.
Veamos qué pasó en mi
gobierno progresista, desde el 2010 al 1º de marzo del 2020, al considerar la
procedencia profesional de quienes ocuparon los puestos más relevantes del
sistema de cárceles y de sus unidades más complejas: por un lado en la
Dirección Nacional del Instituto Nacional de Rehabilitación, y por otro en las direcciones
de las unidades más complejas y pobladas: Comcar, penal de Libertad y cárceles
de Canelones, de Rivera y de Maldonado.
La Dirección Nacional
del INR fue ejercida por policías de alto grado el 85 % del tiempo —ocho y
medio de los diez años analizados—. Debe repararse, además, que las dos
personas civiles que ejercieron la Dirección Nacional no llegaron porque fueran
elegidas expresamente por las autoridades sino por circunstancias inesperadas.
En el primer caso, porque un desgraciado episodio en el penal de Libertad le
cuesta el puesto al director nacional, que era policía. En el segundo caso, ya
cerrando la administración, la fuga de Morabitto le cuesta la Dirección
Nacional y asume otro civil.
En el Comcar,
Maldonado, Rivera y el penal de Libertad, la dirección fue ejercida por policías
sin solución de continuidad, 100 % del tiempo considerado.
La cárcel de Canelones
fue dirigida por policías durante ocho años y medio, el 85 % del período.
Vale la pena señalar también que en muchos casos, esto es muchos años,
los policías seleccionados para los puestos analizados provenían del sector más
duro de la Policía Nacional, esto es
la Guardia Republicana.
En fin, podríamos
seguir analizando otras funciones vinculadas a la seguridad y al orden en el
sistema carcelario con esta lupa elegida, pero creo que no es necesario para
introducir la reflexión que me propongo compartir en sucesivas entradas.
Como puede observarse,
si sumamos funciones elegidas, perfil
profesional, cantidad de años sobre el total considerado, el peso de la policía
en el sistema carcelario es de enorme envergadura.
Ni que decir tengo,
estimada gente, que parece que sigue habiendo problemas para dominar el orden y
la seguridad en el sistema carcelario.
Le ha ocurrido a mi
gobierno creo, lo siguiente: el modo en que se comprende el problema define las
prácticas. Por decirlo muy gruesamente: si comprendo el problema penitenciario
como un gigantesco desafío pedagógico y democrático, mis prácticas serán unas.
Si lo comprendo como un territorio en el que hay un conjunto de revoltosos de
distinto calibre a los que tengo que inhabilitar durante tanto tiempo como la
justicia lo permita, serán otras.
Estos textos quieren
ser breves, de modo que las reflexiones sobre este asunto continuarán en la próxima
entrada.
Jaime Saavedra
Excelente reflexión y análisis previo.
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