La pena de prisión: entre lo absurdo y lo deseable

Querida gente: hoy me doy el gusto y tengo el honor de publicar este artículo que mi querida amiga Cecilia Sánchez, ex Ministra de Justicia de Costa Rica, escribió especialmente para nosotros. Una hermosísima persona, llena de talento y compromiso democrático y humanista, nos hace pensar en estas líneas. Espero que lo disfruten tanto como yo.

Jaime Saavedra


Carácter represivo de la política criminal y sentido del castigo. 

Hemos repetido incesantemente que los estados en nuestra región han venido asumiendo una propuesta de política criminal de corte muy represivo, que prioriza el encierro como respuesta a la infracción penal.  También hemos señalado que urge una reforma sustantiva que revierta esa tendencia y brinde un mínimo de racionalidad a la atribución concedida de ¨castigar¨.  Sin embargo, lo cierto es que el asunto va mucho más allá.

Cuando señalamos que la potestad punitiva del Estado es la posibilidad de castigar, estamos partiendo, de un concepto cargado de amplios márgenes de interpretación, que puede ir desde lo racional, como respuesta adecuada a una infracción normativa, hasta el sentimiento primario y salvaje de causar dolor y sufrimiento. El castigo visto como un ejercicio primario de poder, que afecta la psiquis de algunos de sus detentadores y los coloca por encima de ciertos sectores sociales. Ustedes los malos que merecen el encierro –no importa en qué condiciones- y nosotros los buenos que tenemos la potestad de sancionarlos, castigarlos para que aprendan a no hacer el mal, en ejercicio de una función casi mística.

Se legitima de esta manera una forma de violencia que pide la anulación del otro, en un discurso de víctimas y sociedad en general estimulado por el prejuicio, la ignorancia y la manipulación mediática. Una propuesta totalmente contradictoria con el propósito “resocializador” presente en los ordenamientos jurídicos latinoamericanos.

En esos amplios márgenes interpretativos, se alimentan respuestas delirantes en cuanto a su desproporción, así como ausencia de consideraciones relacionadas con la particularidad de quien lleva a cabo el hecho delictivo, el impacto que sobre la persona tendrá el encierro y la casi ausente valoración de las condiciones deteriorantes que tienen la mayoría de los sistemas penitenciarios en el mundo. Es decir, se carece de la consideración mínima de saber a qué lugar y para qué estamos enviando gente a la prisión.

Por otra parte, desde la órbita legislativa, normalmente se decide elevar las penas sin ningún fundamento científico ni mediciones de impacto sobre el sistema penal como un todo.  Frente a realidades de conflictividad ocasionales se opta por criminalizar y se vende la falsa idea del encierro como respuesta a los problemas de la violencia criminal. El absurdo del castigo sin finalidad.

Condiciones de reclusión.

La irracionalidad continúa su manifestación más violenta en las condiciones del encierro en instalaciones deterioradas, sobre pobladas, carentes de condiciones mínimas para asegurar los derechos a la salud, al deporte, la educación, el trabajo, la alimentación, con carencias de personal técnico, de seguridad y serias restricciones para la movilidad interna. Se limita hasta el derecho a mirar el cielo de noche, apreciar la luna y las estrellas, porque desde antes de las seis de la tarde es mejor buscar el espacio para colocar la colchoneta y evitar dormir en los baños. Estas condiciones por supuesto que también alcanzan a muchos de los funcionarios técnicos y, de manera particular los de la seguridad penitenciaria.

La población privada de libertad recibe un pobre abordaje profesional por las limitaciones propias de la carencia de recursos, común en todos los sistemas penitenciarios. La posibilidad de trabajar es escasa.  Se estimula un ocio que a su vez alimenta el consumo de drogas y los hechos de violencia. El prejuicio y el estigma no promueven el asocio con empresas que puedan instalarse dentro de los centros y brindar opciones laborales.

La marginación en libertad

Al egreso, esos mismos sentimientos cierran puertas, niegan espacios y no tienden manos. La sociedad se ha desentendido del tema, tan solo excluye y rechaza.

Se ha instalado en el colectivo un sentimiento de ajenidad, eso solo le pasa a los demás. Una total falta de empatía hacia el dolor ajeno, propia de una sociedad que se cimienta en el valor de lo que se posee como el indicativo de lo que se vale.

En estas condiciones, lo absurdo del sistema asume su mayor plenitud y un sentimiento de impotencia y dolor quiere posicionarse y detener el rumbo de lo deseable y lo posible. Pero debemos resistirlo y continuar, no importa lo difícil que resulte, dando pequeños pasos que finalmente pueden ser grandes logros.

Ruta de acción: Es importante asumir que nuestro encargo como personas interesadas en la realidad penitenciaria, debe dirigirse hacia el fomento del debate regional y divulgación de las experiencias positivas de algunos países, para generar una ruta de acción que permita revertir lo absurdo y lo perverso, desde lo institucional cuando se pueda, desde la denuncia y la academia siempre.  Es urgente y necesario un cambio cultural. Un nuevo paradigma, un compromiso con el otro, una búsqueda de la felicidad como fin último del ser humano, enmarcada no por el éxito que lo material o profesional nos pueda llegar a brindar, sino por la posibilidad de incidir de manera positiva en la vida de los demás. Solo así la nuestra tendrá sentido.

Las reformas normativas que reviertan la tendencia punitivista por supuesto que serán medidas importantes, pero más allá de ellas, resulta fundamental posicionar en la sociedad el tema del castigo en su correcta dimensión. Hace falta trabajar desde los niveles básicos de la educación en esta tarea. Nuestros jóvenes no deben ser atemorizados con la cárcel por su mal comportamiento, deben comprender su significado, entender que si de lo que se trata la privación de libertad es de una respuesta estatal a un comportamiento contrario a las normas establecidas, debe darse en condiciones de total respeto a la dignidad de las personas.  Pero sobre todo, deben comprender que la lucha fundamental ha de ser la de asegurar a las grandes mayorías de la población el acceso a los servicios básicos esenciales para sobrevivir, a fin de que la exclusión y la inequidad social no sean la causa de algunas carreras delictivas.

Ese respeto a la dignidad no deber ser solo una declaración de principios de los estados, debe traducirse en racionalidad en el encierro, búsqueda de alternativas distintas de sanción, condiciones de infraestructura adecuadas, personal técnico y de seguridad suficientes, dotados también de condiciones dignas para llevar adelante sus tareas y ser todos parte del proceso de acompañamiento, que deberá alcanzar la fase de egreso.

En fin, repensar el castigo y su racionalidad nos permite repensar el tipo de sociedad en la que queremos vivir y en la que quisiéramos que vivan las generaciones que nos sucederán en el futuro.

Algún día el aislamiento para “socializar” dejará de utilizarse, porque en todo caso es una paradoja pretender socializar a quien la sociedad ha excluido del acceso a condiciones dignas de vida y porque siempre será irracional, pero, mientras tengamos que convivir con él, hagamos nuestro mejor esfuerzo por humanizarlo.


Dra. Cecilia Sánchez 

Ex Ministra de Justicia de Costa Rica.

 


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